Del Rigor en la Ciencia (Jorge Luis Borges)
En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los Desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.
Suárez Miranda: Viajes de varones prudentes
Libro cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658
Se puede escuchar el relato de la propia voz de Borges en:
Hiperrealidad
Este diminuto relato de Borges hace referencia a la obsesión del ser humano por representar la realidad con una precisión enfermiza. Una crítica a la ciencia que se olvida del propio ser y sólo quiere acumular información y replicar el universo que nos rodea, hasta el punto de crear un mapa del mismo tamaño que el Imperio al que debería representar.
Pero lo interesante del anterior relato es que también sirve de punto de partida para reflexionar sobre el propio concepto de realidad. Hoy en día estamos en plena era de la simulación 3D, de los logotipos, la mercadotecnia y el GPS. La realidad nos llega a través de las noticias que leemos en la prensa, de las tertulias de televisión o del navegador del coche. Información adulterada o procesada que tomamos como cierta sin pestañear.
Buscamos una dirección en Google Maps y aparecen en el mapa los comercios de la zona. Reforzamos nuestra manera de ser a través de marcas y consignas vacías. Nos creemos que los equipos de futbol nos representan. Debemos conseguir muchos likes en Facebook y encontrar un buen logo que fidelice al cliente. Acertar con el color de la corbata es imprescindible para que la población se crea las mentiras del político de turno.
Yo no sé vosotros, pero a menudo me siento un extraterrestre en este mundo que estamos creando. Cada vez tengo una sensación más clara de que vivimos a través de intermediarios, e intuyo que esto tiene algo que ver con el relato de Borges y un concepto de la filosofía postmoderna: la hiperrealidad.
La hiperrealidad puede pensarse como “experimentar la realidad a través de la ayuda de otro”. Ante la incapacidad de nuestra consciencia para distinguir la realidad de la fantasía, la tecnología está permitiendo la sistemática sustitución de la realidad por una interpretación de la misma.
Y eso es lo que veo a mi alrededor. Cuesta mucho saber lo que es real en un mundo donde los medios de comunicación, la mercadotecnia y la publicidad pueden modelar y filtrar de manera radical el modo en que percibimos un evento o experiencia. Y lo peor es que a muchos no parece importarles.
Uno de los principales expertos en el mundo sobre Hiperrealidad, Jean Baudrillard, sugiere que el mundo en el que vivimos ha sido reemplazado por un mundo copiado, donde no buscamos nada más que estímulos simulados. Baudrillard usa el anterior relato de Borges como ejemplo: los cartógrafos son capaces de crear un mapa tan detallado, que se mimetiza con las mismas cosas que representa, pero cuando el imperio decae, el mapa se pierde en el paisaje, y ya no existe la representación, ni lo que queda de lo real.
Según Baudrillard, un lugar hiperreal sería un casino de Las Vegas. Ahí todo está diseñado para brindar la sensación de estar en un mundo de fantasía. La decoración no es auténtica, todo es una copia, y la experiencia en su conjunto se siente como un sueño. Lo que no es un sueño, por supuesto, es que el casino se queda con el dinero, y uno es más propenso a entregar ese dinero si no se da cuenta de lo que verdaderamente está pasando.
El problema es que, en mi opinión, lentamente todo se va volviendo tan irreal como ese casino. Pagamos con tarjetas de plástico que no nos permiten tener sensación de gasto, visitamos museos on-line, opinamos frívolamente sobre lo que sucede en el otro extremo del mundo. El mundo digital se ha comido al analógico. Lo imita bastante bien, pero no es lo mismo.
¿Nos importa? No mucho… Si el mapa del relato de Borges tiene colores, musiquita y entretenimiento barato, ¿quién necesita la realidad?